Hay una cabra que da respuestas en la montaña. Quién llegue hasta ella podrá hacerle cinco preguntas y encontrar la respuesta al mirarse en sus ojos.
Cuentan que en la noche de los dos mil años una persona logro hallarla entre la niebla de la montaña, luego de buscarla por más de diez años. Entre las tantas preguntas que tenía para hacerle, cinco se impusieron rápidamente en su mente. La cabra se percató de esto y le acercó su rostro. En sus ojos empezaron a sucederse cinco historias que de manera abstracta fueron resolviendo las preguntas que le fueron hechas. Fue así que esta persona pudo oír el llamado del burro, en respuesta a su primer pregunta, aquel que tantas veces fue lanzado al desierto para perderse en algún espejismo. Oyó el canto de las metralletas frenéticas alzándose ante la máquina y su amenaza.
Con cierto desconcierto y aún sin entender del todo la respuesta, la persona quiso oír más. Rápidamente la historia de dos italianos abuelos tenebrosos comenzó ante sí. Pudimos saber que se ganaban la vida practicando piruetas para un espectáculo incomprensible, supimos de la hazaña de aquel vuelo por las nubes de tal vez Francia.
Era mucha la información para esta persona. Cerró los ojos un momento para descansarlos y al abrirlos apareció Teresa leyéndole las cartas al extranjero en los suburbios de Dubái.
Algo parecía aclararse en el espíritu de está persona que recibía las respuestas en aquella montaña, frente a esa cabra espectral. Tuvo la sensación de que las respuestas no le eran nuevas. Decidió continuar percibiendo lo que la cabra le ofrecía.
La luna se alzaba enorme aquella noche mejicana cuando el monstruo decidió volver. La plebe con palos y armas rudimentarias se refugiaban en los innumerables túneles subterráneos y recovecos que fueron creando a lo largo del tiempo. Será otra batalla perdida aunque ganada en la memoria de los ancestros.
Sólo restaba una respuesta, y aunque ya la sabía, por cortesía y fascinación tomó la experiencia que la cabra tenía para ofrecerle. Comenzó a escuchar los alaridos que provenían, aquella calurosa tarde, de los galpones clandestinos de Nueva Arabia. Furiosas apuestas e inevitables trifulcas levantaban el polvo y la temperatura.
La cabra pestañeó. La persona lo percibió como un guiño al comprenderlo todo. Subir la montaña era la respuesta.